Podría parecer un chiste de Gila, pero es la cruda realidad low cost: se nota que todos los caminos conducen a Roma porque ya no hay quien pasee por ella. Que el turismo de masas ha arrasado con el placer de deambular por las grandes capitales del mundo es un hecho sabido, pero que ya ni puedas darte un chapuzón con tu chica en la Fontana de Trevi porque no hay forma de atravesar la multitud que la rodea, es algo que clama al cielo.
Las hordas del emperador Turoperatus Augustus abarrotan de tal manera el centro de Roma dando palos de selfie, tan parecidos a los de ciego, que no queda más remedio que pasarte por el foro de los colloni imperiales lo que digan las guías, huir como puedas de las colas, eternas como la ciudad, y centrarte en los detalles.
Un ejemplo: en la celebérrima Piazza Navona, tan atestada siempre de gente, te puedes quedar embobado contemplando una chumbera esculpida por Bernini, con un par de higos chumbos –fico d’india– prendidos de una de sus hojas. Me lo enseña mi cara cicerone Yolanda. Es apenas una minucia mineral entre la majestuosidad de las colosales esculturas de mármol de la Fontana dei Quatro Fiume (ver foto). ¡Pero cuánta precisión en ese humilde tuno! “Troppo vero”, diría Inocencio X, el papa cascarrabias que le encargó la fuente. Y que fue lo mismo que le dijo a Velázquez cuando le pintó en toda su majestuosidad pontificia, con ese gesto que jamás querrías verle a tu jefe un lunes por la mañana.
Los dos papas
Este es otro detalle: la galería Doria Pamphilj, donde se encuentra el celebérrimo cuadro, apenas tiene turistas. Ni siquiera hay que reservar para visitarla, dato curioso en una ciudad a la que hay que viajar por internet tres meses antes hacerlo por avión si quieres volver a ver, por ejemplo, los museos Vaticanos. Salvo que pagues una buena cantidad de euros a cualquiera de los guías que te asaltan en la Via della Conciliazione bajo el gran cartel ‘Los dos papas’, la célebre serie de Netflix.
Hay que reconocer a los responsables de marketing de la plataforma la habilidad que tienen para colocar sus llamativas estrategias publicitarias. Aunque nunca superarán a la Iglesia en estas artes: contemplas la majestuosidad de la basílica de San Pedro y te vuelves a acordar de Gila, cuando decía con voz de asombro aquello de “¡y empezaron con un pesebre!”.
¿La mafia? ¿Qué mafia?
Otros que tampoco se lo montan mal son los de la mafia, esa misteriosa organización conocida en todo el mundo salvo en Italia, donde la mayoría de los habitantes ha oído hablar de ella, pero no saben mucho más. Of course. En Roma, aún colean como rabos de lagartija las secuelas mafiosas de la llamada Banda della Magliana, fundada en 1975, y que relata con todo detalle Íñigo Dominguez en ‘Paletos salvajes’, segunda parte de sus documentadísimas crónicas de la mafia (Libros del K.O., 2019).
El pasado 2 de febrero se han cumplido treinta años de la muerte, en un ajuste de cuentas, de uno de los primeros capos de la organización: Enrico de Pedis. Fue acribillado a balazos en la bulliciosa plaza de Campo de’ Fiori. Era la una de la tarde de un viernes. Y he aquí otro detalle romano: a esa misma hora y en la misma plaza coincidimos el día de Nochevieja de 2019 con tres amigos canarios que tienen el don de encontrar el mejor sitio para tomar un spritz Campari incluso en el mismísimo infierno. Allí, entre puestos de quesos y verduras abarrotados de gente, restaurantes en plena hora de la comida y renombradas charcuterías dándolo todo para el capodanno, tuvimos la fortuna de compartir con los afortunados isleños un sofá en primera línea de bullicio, bajo los efluvios rojos y amargos de unos bien servidos spritz. No se puede pedir más para acabar un año. (To be continued)