Confieso que este thriller de Pedro Avilés, lo más negro que se ha escrito sobre el periodismo rosa, me hubiera costado mucho leerlo hace un año y medio o poco más, cuando aún estaba en shock por el cierre de interviú.
Más allá del argumento de ‘El whisky del muerto’ -original y muy bien trabajado-, Pedro retrata con tal precisión, y con tanta ironía, la redacción de los últimos años noventa y primeros dos mil de la revista, que te estalla la nostalgia al recordar aquella época dorada y tristemente perdida en la que éramos tan felices ejerciendo la profesión. Y lo sabíamos.
Ni lo olieron
Es una sensación agridulce. Por el lado malo, constatas con dolor cómo ningún jefe ni jefazo de Grupo Zeta, el gran invento de Antonio Asensio padre -que destrozó su hijo-, olió cómo se nos venía encima la era digital.
Cuando ya El Periódico de Extremadura –por poner un ejemplo de un medio hermano- trabajaba al cien por cien con ordenadores, mi querido y llorado Antonio Pardo y yo subíamos a la sexta planta de O´Donnell, 12 para poder escribir los reportajes en un LC III de Macintosh que había en la desmantelada redacción de Panorama. Interviú estaba una planta más abajo, y allí solo había máquinas de escribir. Era 1994, o así.
Viajes sin fin
Por el lado bueno, y aquí me meto ya en la novela de Pedro –amigo, compañero y ‘feisbuquero’ como yo-, quedan aquellos inolvidables y muy trabajados viajes por toda España, que bien podían durar una semana, pero en los que no faltaban unas buenas dietas, unos buenos hoteles, unas malas pensiones también, e infinitas combinaciones de coche, tren y avión. Y con ese tema que traías sí o sí aunque hubiera que remover Roma con Santiago. O Marbella con Palma de Mallorca para investigar los asesinatos de dos periodistas del corazón, como es el caso de esta novela. Ya lo decía el gran fotógrafo Fredy Abizanda: “lo bueno de esta profesión es que un martes por la mañana puedes aparecer en cualquier lugar del mundo”. Marbella fue una constante en nuestra relación profesional.
Los nombres de lo rosa
De los tiempos del ‘Aquí hay tomate’, ‘Salsa rosa’ y demás precursores de las mierdas televisivas que aún perduran por las cadenas hispanoitalianas de asustaviejas, nos viene Avilés con unos nombres dados a los personajes y a los programas que convierten por un rato el thriller en un divertido pasatiempo de adivinanzas y similitudes.
Leemos, por ejemplo, que en programas como ‘A la sazón’, ‘A tu Vera’, ‘Las mañanas de Andrea’ o en ‘Directo al Corazón’, son habituales los tertulianos María Ventura, Pepe Calderota, Antonio Andrés Hidalgo, Ángela Conde –de la agencia SygmaIV Press- o Antonio Moranto. Y con presentadores de la talla, cuasi homónima, de Carmen Allende, Santi Agosta, y Jorge Jaime Vera.
De Calderota, tan cercano a los que vivimos intensamente aquellos años, ha dejado escrita Pedro una definición memorable: “…mesándose su rala barba blanca y exagerando su acento catalán, como si estuviera haciendo una declaración formal, que era su forma habitual de hablar, hablase de lo que hablase”. Josep Pla no lo hubiera descrito mejor.
La revista en la que colabora Mario Candil, el escéptico reportero de sucesos protagonista de las novelas de Avilés, se llama Gente Magazine y por ella desfilan muchos de los compañeros con los que traté en aquellos años: el fotógrafo Ramiro Mourelle; Willy Gluck, el jefe de fotografía; Mari T., la más veterana de las secretarias de redacción de la revista y la que más años se quitaba, añado yo, por no decir peores maldades; Consuelo, secretaria y telefonista, cuando en aquella redacción analógica tenías que pasar por el filtro de esta mujer para llamar a provincias; Tino, el redactor jefe; Ignacio, el director, y, con un descacharrante mejunje de años, cargos y nombres, una fuente de la Guardia Civil que no nos pasa desapercibida a los iniciados: el teniente Renduelles.
Risas e ironías aparte, Avilés hace un detallado retrato de la vida periodística de aquellos años interseculares, de la corrupción de alcaldes y tonadilleras del caso Malaya, del Madrid de los Austrias y de los bares de mala muerte, de los muertos de los malos bares y de los malos que se beben en los bares sus muertes.
Con esos mimbres teje Avilés un thriller en el que no faltan remembranzas de ese Pepe Carvalho capaz de hacerte un arroz oloroso al curry –y de darte la receta- o unas cuantas reflexiones vitales –propias de los muy viajados y muy leídos- con las que podría presentarse en Getafe Negro y sentarse en primera fila sin invitación. Me ha quedado un texto muy largo para una crónica y muy corto para tantos y tan buenos recuerdos. Enhorabuena, Pedro. Me debes un arroz.
4 de junio de 2020