II
¿Con qué puedo retenerte?
Te ofrezco esbeltas calles, desesperados atardeceres, la luna de los suburbios harapientos.
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente la luna solitaria.
Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los fantasmas que los vivos honraron en mármol: al padre de mi padre que murió en la frontera de Buenos Aires con dos balas que atravesaron sus pulmones, barbado y muerto, a quien amortajaron sus soldados con una piel de vaca; a ese bisabuelo, de la línea materna, que comandó, con veinticuatro años, una ofensiva de trescientos hombres en el Perú, ahora sólo fantasmas sobre caballos desvanecidos.
Te ofrezco cualquier comprensión que mis libros puedan contener. Cualquier valor o ingenio de mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.
Te ofrezco el núcleo duro de mí mismo que he guardado, de algún modo; el corazón central que no comercia con palabras, no trafica con sueños, y que permanece intocable para el tiempo, el placer y las adversidades.
Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista al atardecer algunos años antes de que nacieras.
Te ofrezco explicaciones de ti, teorías de ti, auténticas y sorprendentes noticias de ti.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón;
Te ofrezco la amargura de un hombre que ha mirado largamente la luna solitaria.
Te ofrezco mis ancestros, mis muertos, los fantasmas que los vivos honraron en mármol: al padre de mi padre que murió en la frontera de Buenos Aires con dos balas que atravesaron sus pulmones, barbado y muerto, a quien amortajaron sus soldados con una piel de vaca; a ese bisabuelo, de la línea materna, que comandó, con veinticuatro años, una ofensiva de trescientos hombres en el Perú, ahora sólo fantasmas sobre caballos desvanecidos.
Te ofrezco cualquier comprensión que mis libros puedan contener. Cualquier valor o ingenio de mi vida.
Te ofrezco la lealtad de un hombre que nunca ha sido leal.
Te ofrezco el núcleo duro de mí mismo que he guardado, de algún modo; el corazón central que no comercia con palabras, no trafica con sueños, y que permanece intocable para el tiempo, el placer y las adversidades.
Te ofrezco la memoria de una rosa amarilla vista al atardecer algunos años antes de que nacieras.
Te ofrezco explicaciones de ti, teorías de ti, auténticas y sorprendentes noticias de ti.
Te puedo dar mi soledad, mi oscuridad, el hambre de mi corazón;
estoy tratando de sobornarte con incertidumbre, con peligro, con derrota.