Corso Ercole I d'Este

(Corso Ercole I d’Este)

Hace unos días, en Ferrara, tuvimos el inusual placer de pasear por una de esas calles que aún te llevan a la vieja Europa. Sin tiendas, sin tráfico, sin apenas viandantes y flanqueada por unos imponentes palacios renacentistas que esconden su belleza entre las sempiternas nieblas tardomedievales del antiguo ducado de los Este.

Llegamos allí, Yolanda y yo, gracias a una de esas carambolas del whatsapp que te alegran la vida. Nuestro buen amigo Suso, sabiendo que teníamos el campamento base de fin de año en la cercana Bolonia, nos pasó por teléfono un enlace a un artículo de El País en el que veinte corresponsales hablaban de lo que más les gustaba de sus destinos. Y ahí estaba la recomendación de Íñigo Domínguez, el periodista que cubre Italia y que se decantó por esta espectacular ciudad de la Emilia-Romagna: “caminar por el empedrado del Corso Ercole I d’Este, desde el castillo hasta el Palazzo dei Diamanti, es una experiencia fuera del tiempo”. 

Hasta Itaca en Trenitalia

Fuimos a comprobarlo el pasado 2 de enero, en un cercanías de Trenitalia que ya quisiera para sí la Renfe, tanto en calidad como en puntualidad. Estrenar el año y recorrer por primera vez una ciudad desconocida ya es de por sí una experiencia, dentro y fuera del tiempo. En esa estimulante metáfora de la vida que es la Itaca de Kavafis –me quedo siempre con la versión de Llach-, aconsejaba el poeta alejandrino que sean muchos los amaneceres en que llegues a un puerto que tus ojos ignoraban y vayas a ciudades para aprender de los que saben.

Via delle Volte

Via delle Volte

Sabiduría secular

En el caso de Ferrara, la misma ciudad ya se encarga de enseñarte en sus calles y plazas, sobre todo las que rodean al Duomo -ahora con la fachada en obras-, y las cercanas al impresionante Castillo de los Este, toda la sabiduría que lleva siglos acumulando. Ocurre no solo con el paseo al que se refiere Domínguez. Calles como la Via delle Volte -no hace falta traducirlo-, te siguen conduciendo de una manera un tanto laberíntica hacia aquella ciudad repleta de mercaderes del medievo en la que se fue forjando el gran ducado.

Lo que no quita para que el casco histórico-turístico adolezca de lo que tantas otras localidades europeas de este porte: la dejadez urbanística, algunos edificios-adefesios conviviendo con arcadas medievales, un McDonald´s junto a la catedral o, sin ir más lejos, la triste imagen que ofrecen las bolsas, botellas y envoltorios de plástico flotando sobre las aguas canalizadas del Po que aún llenan, desde hace más de seis siglos, el foso del castillo Estense.

Castillo de los Este

Castillo de los Este

El corso Ercole I d’Este

Frente a esta estampa, es mejor intentar imaginarse a un joven Tiziano atravesando el puente levadizo cuando iba a entregar los cuadros que le encargaba el duque Alfonso I d’Este para su gabinete particular.

Florero de piedra de uno de los palacios del paseo renacentista

Florero de piedra de uno de los palacios del paseo renacentista.

Fue precisamente el padre de Alfonso I, el mecenas Ercole I d’Este, el gran artífice del desarrollo urbanístico de Ferrara, como queda acreditado en el corso que lleva su nombre y que culmina en la pinacoteca del Palazzo dei Diamanti (en referencia a los 8.500 “diamantes” que componían los sillares de mármol del revestimiento original).

Caminar por esta vieja calle empedrada con el único propósito de recrearse en las fachadas y patios de los distintos palacios erigidos durante el mandato de Ércole I supone todo un deleite. Y el hecho de que no haya ni un solo comercio que rompa su encanto renacentista le da un valor añadido para quienes intentamos ir siempre un poco más allá de las zonas cero del turisteo.

Manjares renacentistas

Capellaci di zucca

Capellaci di zucca

Añado un último detalle: este paseo es ideal para hacer la digestión de dos de los mejores manjares que ofrece Ferrara: los capellaci di zucca, una delicia de pasta rellena de calabaza que ya se elaboraba en los fogones del castillo de los Este en tiempos de Ercole I; y la salama da sugo,  un embutido que, según leí y corroboré al probarlo, “libera emociones”.

Salame da sugo, dispuesto sobre pan árabe.

Está hecho con una mezcla de distintas carnes pobres del cerdo finamente picadas, especiadas con pimienta, canela, nuez moscada y clavo, y maceradas durante más de un año con el rico vino sangiovese de la zona.

El resultado es un fiambre jugoso y con un sabor deliciosamente intenso, un bocado muy de agradecer en la tierra del insípido prosciutto. Valgan estos dos platos como añadido a la recomendación de Íñigo Domínguez para quien quiera seguir paseando por esas calles donde aún se respiran aires de Renacimiento.