Dentro de esa jungla de la desinformación que son las redes sociales, donde los post y los memes generados por IA se han convertido en el opio del pueblo, y los reels en su fentanilo, me he tropezado con una metáfora sobre un hecho real que es pura poesía de las estrellas.

La ha publicado la Asociación para el Estudio y la Divulgación de la Astronomía de Alicante (AEDAA) y viene firmada por Pablo Rodríguez, a quien le debo la magia que contienen estas palabras.

La historia es bien conocida entre los aficionados españoles a la astronomía y ha salido repetidas veces en medios de comunicación, pero creo que merece ser rescatada, como han hecho los astrónomos alicantinos: ocurrió en Retuerta del Bullaque (Ciudad Real) en 1980, cuando Faustino Asensio y sus hijos encontraron una piedra metálica de casi cien kilos de peso en el campo donde pastoreaban sus ovejas. Durante años, creyeron que eran restos de metralla de alguna batalla librada en la Guerra Civil. Y durante esos mismos años usaron la piedra, ideal por su peso, para prensar los jamones después de la matanza. (Imagen de apertura / EFE)

Retuerta del Bullaque (Ciudad Real). Imagen de su web oficial

Un día de 2011, tras ver en televisión un programa sobre meteoritos, dedujeron los Asensio que su prensador de jamones podría ser extraterrestre. Y llamaron al Instituto Geológico Minero de España. Según contaba el diario ABC en 2013, fue el geólogo Juan Carlos Gutiérrez Marco, del Instituto de Geociencias del CSIC (IGEO), que entonces dirigía el estudio geológico y paleontológico del Parque Nacional de Cabañeros -al que pertenece Retuerta del Bullaque-, quien se puso en contacto con ellos.

Tras los estudios pertinentes, se confirmó que era un siderito (meteorito metálico), procedente del cinturón de asteroides que se encuentra entre las órbitas de Marte y Júpiter. Se calcula que cayó a la Tierra en el Pleistoceno Medio o Superior (entre 700.000 y 130.000 años aproximadamente), cuando esta zona de Cabañeros era un abanico torrencial, siendo arrastrado con el tiempo hasta un depósito de aluviones. Explicaba el geólogo Gutierrez Marco, que el siderito “permaneció enterrado y por ello sobrevivió a las épocas de mayor sed de metales entre las civilizaciones documentadas en la zona, hasta una fecha relativamente reciente, en que su exhumación se vio favorecida por el continuado labrado de los campos”.

«Absurdo o sublime»

Fue en este contexto, y en este lugar concreto del planeta Tierra, cuando Faustino Asensio y sus hijos se toparon con el pedrusco metálico. Una casualidad parecida a la que me ha permitido dar, tras una insospechada carambola de algoritmos de Facebook, con esta brillante reflexión de Pablo Rodríguez en la cuenta de la AEDAA: “No puedo evitar imaginar ese meteorito, flotando por el inmenso vacío del espacio durante siglos, milenios quizá. Imaginarlo acercándose a la Tierra, cayendo con todo su estruendo sobre lo que tiempo después sería la provincia de Ciudad Real, donde posteriormente sería recogido por un pastor y utilizado para prensar jamones tras la matanza. Cuesta decidir si es absurdo o sublime; seguramente sea ambas cosas. Como decía Carl Sagan, somos polvo de estrellas”.

Es esa la magia de los meteoritos que nunca deja de deslumbrarme. Tanto como a aquellos atónitos dinosaurios que vieron caer uno, por primera y última vez, en los tiempos fundacionales del Cretácico, en lo que hoy es el golfo de México, que no de América, por más que así lo quiera el brontosaurio de los aranceles.

El Apocalipsis, en cuatro decímetros cuadrados

Hace unos años, conté en este mismo blog la curiosa historia del meteorito que pintó Durero en el reverso de una tabla de madera de peral y cuyo anverso es el ‘San Jerónimo penitente’ que se expone en la National Gallery de Londres. Imagino la fascinación del joven Durero y la magistral rapidez con que plasmó esa llamarada provocada por la caída del conocido como meteorito de Ensisheim, el 7 de noviembre de 1492, el más antiguo de los atestiguados en Europa. Deduje entonces que Durero debió de pintar primero el estallido del meteorito en el reverso del cuadro y, poco después, en el anverso, al santo rezando en el desierto y golpeándose el corazón con una piedra para mortificarse… justo en el mismo sitio de la tabla donde plasmó, por detrás, el impacto del meteorito. Ya dije, y lo sigo sosteniendo, que no creo que haya una mejor representación del Apocalipsis que la que interpretó Durero en apenas cuatro decímetros cuadrados extraídos de un peral.

Anverso y reverso de la tabla de Durero

Otra religión, la musulmana, tiene como una de sus más significativas reliquias la llamada Piedra Negra,  que está considerada como la piedra del Paraíso pues aseguran que se remonta a los tiempos de Adán y Eva. Se encuentra en la Kaaba, el edificio cúbico de piedra hacia el que los musulmanes se orientan para orar, en el centro de la Gran Mezquita de La Meca, en Arabia Saudí.  Cuenta la tradición que esta piedra es un meteorito que el arcángel Gabriel entregó a Abraham. Pero la Ciencia, o al menos el Museo de Historia Natural de Londres, descartó a principios de este siglo su origen extraterrestre.

En un plano más prosaico que el del pintor alemán y que el de los musulmanes, y mucho más cerca de Retuerta de Bullaque que de Ensisheim y de La Meca,  reconozco que yo también he dado uso como pisapapeles a un fragmento de meteorito que conservo en mi biblioteca y que procede de Campo del Cielo, en Argentina. Allí, hace unos cuatro mil años cayó un asteroide de 840.000 kilos que se descompuso al entrar en la atmósfera en una dispar lluvia de meteoros. El que conservo en mi casa, que puedo abarcar con una mano, pesa un kilo. Pero hay otros fragmentos de aquella lluvia, como el de Gancedo, (Chaco, Argentina), que pesa más de 30 toneladas. Un pedrusco así hubiera sido ideal para prensar jamones de dinosaurio, si no fuera porque estos llevaban ya 66 millones de años fuera de juego.

Pero hay otro uso ordinario que también se le da a estos sideritos, al menos en la provincia argentina del Cacho, donde llovieron aquellas piedras hace cuatro milenios: allí las utilizan para sujetar las puertas frente a las corrientes de aire. Buen invento, porque a veces hay portazos que se oyen hasta en Marte.